COMENTARIO REAL (acerca de Atlanta 0 vs All Boys 2, disputado el 06/05/08)
Por el Marqués Milton Saráchaga de la Vega
EL INFIERNO TAN TEMIDO
Finalmente, mi fiel escudero, el peor escenario imaginado se concretó y nuestro archienemigo montecastrino se consagró campeón in our face y para colmo el partido no pudo terminarse por esos guarros descontrolados que no supieron aceptar el duro dictado de los acontecimientos y no supieron perder con dignidad.
Ahora, como una espada de Damocles, penderá sobre nuestras cabezas el fantasma de una sanción que flaco favor le hará a nuestras escuálidas arcas y podrá comprometer, incluso, el potencial de Atlanta para el torneo reducido que se avecina y que podría ubicarnos ante la posibilidad de encarar la quimérica utopía de la promoción.
Tensa estaba la atmósfera en las deshoras de este martes, en las cercanías del estadio que nos tiene como huéspedes, en la frontera septentrional de la Ciudad Autónoma.
El no clásico venía precedido de todo tipo de augurios y temores propios de una época donde los valores han sido trastocados, y la sinrazón de la violencia usurpa el trono que dejara vacante la hidalguía, la cordura y el sentido común.
Pero dejemos de pronunciar palabras vanas que solo caerán en saco roto, y nadie registrará y vamos a abocarnos al sesudo análisis de la desigual batalla contra los megatloneros.
No me hubiese gustado estar en los fondillos de San Salvador a la hora de estructurar el escuadrón de los atlantes, diezmado por suspensiones y la inevitable mella que deja en los músculos la seguidilla de entreveros que propone el calendario.
Sin mucho para elegir, entre el material humano disponible, estos fueron los once ágiles que emergieron por el túnel vistiendo el glorioso uniforme de bastones azules y amarillos:
Don Rodrigo delante de los maderos. Sus cuatro custodios: Hachita Brava Fuente, el Chiqui Pérez, el ex Ferro Cherro (tras prolongada ausencia) y el retornado Bilbao.
Como improvisado eje central: Yanzi, el casi lactante Silva y César Rámirez.
Para intermediar con la vanguardia el Moncho Fernández y arriba, el Boli y el Clown Molina.
El primer ataque fue para los villacrespense, en lo que pareció iba a ser la actitud decidida en pos del único resultado que valía la pena. Pero fue solo un espejismo y duró lo que la luz de un fósforo.
Ahí nomás, un tiro libre intrascendente, agarró a los jugadores de Atlanta preocupados en reclamar los premios para el reducido y un tal Martínez entró al área como Perico por la casa y decretó el ascenso de los de la divisa color nieve.
Así de amarga es la verdad, porque desde ese momento los visitantes manejaron el partido sin que se les moviera un pelo, y los bohemienses en ningún momento brindaron una lucha tenaz para revertir el resultado, ni se mostraron dispuestos a vender cara la derrota, como lo requiere su insigne abolengo.
Cuando el hermano de Cambiasso -vaya uno a saber impulsado porque fuerza gravitatoria- levantó su pesado trasero del piso y le sacó el empate a un cabezazo de Cherro a bocajarra, con esa atajada, frustró la única posibilidad clara de gol, y diluyó cualquier resabio de ímpetu que los atlantes podían exhibir.
Enseguida se pudo cerrar el partido cuando el mismo Martínez, quedó a medio metro de la línea de sentencia y sin Don rodrigo a la vista, pero el muy animalito de Dios la tiró afuera errando un gol que hasta mi jumento en estado de ebriedad, hubiese convertido.
Ya a esas alturas el flanco derecho de Atlanta era un Jardín de las Delicias por donde Grana se paseaba, gozozo, a su entero antojo, porque el tándem Ramírez- Bilbao ofrecía tantas garantías como las acciones del futuro tren bala.
Por el otro sector el retacón Fuente se duplicaba en un entusiasmo que nunca logró contagiar a sus colegas. Yanzi hacía lo que podía con su acotado talento y el mozalbete Silva –abruptamente lanzado a jugar de centrohas- mostraba un atrevimiento interesante, pero insuficiente para la envergadura del compromiso.
El Moncho, como d’habitude, entregaba con tacañería algo de su ciencia- bastante oculta, por cierto- pero siempre cuidando de no meter la patita en algún lugar que duela.
Molina, por su parte, nunca pudo superar la triple marca a que era sometido, básicamente por el siberiano Madeo, que terminó con politraumatismo craneano de tanto ganar de arriba.
Y Castillo, casi no existió.
Ante la pobreza franciscana que ofrecía Atlanta, y ayudados por el gol tempranero, a los de Jonte y Mercedes le bastó con la firmeza de sus fullbacks, el orden en todas sus líneas y la calidad de Zárate - sin duda el mejor jugador del torneo- para festejar el campeonato.
El gol del futuro integrante del plantel de Lanús, Grana, en los albores del segundo tiempo selló una derrota sin atenuantes y el poste evitó un tercer gol que solo hubiese servido para precipitar la suspensión del encuentro.
Lo que siguió fue el conocido viaje hacia el dislate, donde la irracionalidad hace su agosto, aunque esta vez pareció que fue con la aquiescencia de todos los involucrados en el asunto.
¡Que le vamos hacer, mi fiel escudero! Como dice la trovadora rioplatense: “tantas veces me mataron tantas veces me morí, sin embrago estoy aquí resucitando”.
Y allí estaremos, Viejo Atlanta, el próximo sábado. Como siempre.
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